Si dejamos fluir sin más las emociones que arrastra este sentimiento empezará la batería de afirmaciones: “Tiene suerte, alguien le protege, lo ha conseguido sin méritos, no se lo merece,… “ y así hasta el infinito. De tal manera que no tenemos una explicación sino una justificación irracional de qué ha ocurrido para que el otro tenga lo que nosotros queremos tener. Al no haber un razonamiento coherente, esa idea nos va a estar golpeando continuamente y no va a tener la solución adecuada. La envidia, como sentimiento irracional, puede ser muy perniciosa. Nos aboca a una realimentación negativa permanente de varias emociones: indignación, furia, agresividad, enfado, miedo, pena profunda...
¡Vaya coctail!
¿Cómo paramos esta bomba de relojería de destrucción masiva? Por supuesto, la primera pregunta sería ¿para qué lo quiero? Ójala la respuesta tenga lógica. Si la tiene, cosa que no siempre sucede, seguiríamos con ¿Qué puedo hacer para conseguirlo? Y luego ¿Estoy dispuesto a esforzarme lo necesario para conseguirlo? ¿Qué capacidades necesito para alcanzar ese objetivo? y ¿Cómo me veo si lo consigo? Estas preguntas hacen que el foco de atención pase del otro, del envidiado, a ser tú mismo, es decir, empieza a dejar de lado lo que le ocurre al otro y te enfrenta con tu realidad y con tu capacidad de esfuerzo.
En muchas ocasiones, estas preguntas contestadas con sinceridad hacen que el nivel de envidia disminuya e incluso desaparezca. Y entonces, sólo entonces, estarás dispuesto para actuar,…, si es lo que de verdad
quieres.
Ah, y de paso, alégrate y felicita al otro por lo que tiene y reconócele sus méritos, porque ya sabrás cómo lo ha conseguido. Esto también ayuda.
Con envidia sana, si queréis leer más, os recomiendo este artículo: